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26 October 2009

Los coinfectados con VIH deben tratarse lo antes posible de la Hepatitis C


El hígado de los pacientes coinfectados por el virus de la hepatitis C (VHC) y el VIH se deteriora más rápido en éstos que en los infectados sólo por el VHC, por lo que es esencial iniciar cuanto antes el tratamiento de esta infección, según datos presentados en el I Congreso del Grupo de Estudio del Sida de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología (GESIDA).
A pesar de esta circunstancia, la mayoría de los pacientes coinfectados no se trata del VHC, aunque existe una alternativa terapéutica (la combinación de interferón pegilado alfa 2a y ribavirina) que puede curar hasta a la mitad de los enfermos y que, además, se individualiza según la respuesta virológica del paciente.
Aunque el tratamiento con antirretrovirales mantiene a raya la infección por VIH, la presidenta de la Fundación de Investigación de Diego, la Dra. Maribel Rodríguez Torres, que ha participado en el Congreso, afirma que las complicaciones médicas severas están asociadas a enfermedades hepáticas que pueden, incluso, provocar su muerte. "Los pacientes que tienen daño significativo en el hígado y además VIH no pueden retrasar su tratamiento, porque 3-4 años es la diferencia entre que estén vivos o muertos", indica la experta.
La respuesta al tratamiento de estos pacientes "no es tan buena como si no estuvieran coinfectados", señala la Dra. Rodríguez Torres. Esto ha hecho que aún sean pocos los médicos que se deciden a tratar a sus pacientes, una tendencia que los expertos consideran que hay que revertir, tendiendo a aumentar cada vez más el número de coinfectados que reciben tratamiento para el VHC. "Hay más reticencias por la cuestión de la pobre efectividad, pero hay que tener en cuenta que un paciente que curemos es uno menos que tenemos enfermo; no podemos aspirar a curar al 90%, pero sí podemos curar al 40% del genotipo más benigno", razona la especialista portorriqueña.
Otros condicionantes que influyen en un menor índice de tratamiento de estos pacientes son las llamadas comorbilidades, patologías adicionales que padece el coinfectado. En este sentido, la Dra. Rodríguez Torres señala que muchos especialistas excluyen del tratamiento a pacientes con enfermedades neuropsiquiátricas, como depresión, ansiedad o trastornos de la personalidad.
Sin embargo, la experta apunta a que "estas enfermedades no deben de ser una traba porque, en esos casos, el especialista en infecciosas puede tratar de colaborar con un especialista en psiquiatría, y hablar del desarrollo de la terapia y los posibles efectos adversos".
Otras creencias erróneas en torno al tratamiento del VHC en pacientes coinfectados incluyen el pensar que no se puede tratar a seropositivos con carga viral detectable o a usuarios de drogas. En este sentido, la Dra. Rodríguez Torres advierte de que los pacientes con hasta 100 CD4 por mililitro pueden recibir la terapia, como también pueden hacerlo los que consumen menos de 50 gramos diarios de alcohol. "Todo esto requiere más esfuerzo por parte del médico, pero no es algo imposible. Además, el paciente con VIH tiene ciertas características especiales: están más interesados, confían más en el médico y entienden que en ello les va la vida. En definitiva, luchan mucho".
Respecto al orden que se ha de seguir en el tratamiento de ambas infecciones, la especialista portorriqueña lo define como "un reto". "En determinados pacientes habrá que poner en una balanza si es más importante el tratamiento de la hepatitis, que lo matará en uno o dos años o el del VIH", comenta.
Sin embargo, ambos tratamientos también se pueden superponer. En esos casos, puede que haya que cambiar los antirretrovirales indicados, porque la combinación puede resultar en una toxicidad alta para el paciente. "En cualquier caso, tenemos que hacerlo de un modo u otro, porque lo que no pueden es quedarse sin tratamiento", subraya la Dra. Rodríguez Torres.
Se trata, por lo tanto, de un tratamiento muy individualizado, tanto por su relación con las terapias del VIH, como por sus propias características que hacen que, según responda el paciente, el tratamiento pueda durar seis meses o un año. "No nos gusta alargar la terapia, pero muchas veces es necesario, porque aumenta el número de pacientes que se curan", concluye la especialista.

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